viernes, 30 de diciembre de 2011
El discurso de un gran estadista
viernes, 23 de diciembre de 2011
y te has ido elevando hasta tu nombre
CIELO
Te tenía olvidado,
cielo, y no eras
más que un vago existir de luz,
visto -sin nombre-
por mis cansados ojos indolentes.
Y aparecías, entre las palabras
perezosas y desesperanzadas del viajero,
como en breves lagunas repetidas
de un paisaje de agua visto en sueños...
Hoy te he mirado lentamente,
y te has ido elevando hasta tu nombre.
Me ha parecido oportuno, para recordar a Juan Ramón Jiménez en el día de hoy en que se cumplen 130 años de su nacimiento, transcribir las palabras finales de las lecciones que dictó el profesor Antonio Sánchez Barbudo sobre su obra poética, en la Fundación March, en enero de 1981, dirigidas, especialmente, a un ingenuo lector de Juan Ramón, como yo soy:
"Un autor como Juan Ramón, de obra tan extensa y variada, y a menudo de no muy fácil lectura, está probablemente condenado a que la mayoría de sus lectores lean casi siempre en pequeñas dosis, de forma muy selectiva. Los poemas que más aprecia el común lector de una antología de su obra, o los que pudiera escoger como mejores y más representativos un lector estudioso después de haberse sumergido en la totalidad de su creación poética, es algo que dependerá o dependería, naturalmente, del propósito con que se hagan esas lecturas y, sobre todo, claro es, del gusto, preparación y sensibilidad de cada uno.
Sería, pues, pretencioso e inútil querer hacer indicaciones muy precisas que pudieran ayudar a todos los seleccionadores posibles. Pero se pueden hacer, creo yo, algunas indicaciones generales que podrían ser útiles tal vez a algún ingenuo lector. A ese que, no muy orientado, quisiera sin embargo formar un ramillete con algunas de las mejores páginas en verso y prosa de Juan Ramón Jiménez. Unas páginas que pusieran claramente de manifiesto la importancia y el valor del Andaluz Universal. A tal lector le sugeriría yo que no dejase de prestar atención a las siguientes secciones o partes de su obra:
· Romances y canciones En los libros de la primera época, desde Rimas a Pastorales, pero también y sobre todo en obras escritas mucho más tarde, como La estación total, Romances de Coral Gables o Canciones de La Florida, pueden encontrarse algunos bellísimos poemas de esta clase, de romances, canciones, cuyos antecedentes se encuentran, evidentemente, en una vieja tradición de poesía popular castellana, pero que son, a menudo, poesía muy original, profunda, intimista y refinada, llena de colorido y sentimiento.
· La poesía desnuda La llamada poesía desnuda de Juan Ramón Jiménez es, quizás, la mayor aportación de éste a la historia de la poesía española. Con ella, él abrió en España e Hispanoamérica el camino de una poesía sobria, exacta, cuyo valor reside en la condensación, en su temblor íntimo, más que en el ritmo interno o en la brillantéz de las imágenes. No siempre siguió él luego, sin desviarse, el camino que se había trazado al comenzar el Diario de un poeta recién casado, aunque, de todos modos, a partir de 1916, si no antes, su poesía fue ya, por lo general, mucho más concentrada y honda de lo que había antes sido. Buenos ejemplos de poesía desnuda se encuentran sobre todo en el Diario y en las obras poéticas que siguieron a ese libro inmediatamente después, pero también, a menudo, en libros de poesías posteriores.
· Salvación por la belleza Hay toda una larga serie de poemas, de La estación total, Animal de fondo especialmente, pero también antes, cuyo tema básico, en diferentes fases y con varios grados de intensidad y valor, es siempre el mismo: la emocionada contemplación de la belleza natural y un ansia de eternidad e infinito que acompaña a esa contemplación. Algunos poemas que parecen mera descripción encierran en forma más o menos explícita su ardiente afán, en otros es ya obvia una apasionada expectación del instante eterno, de un momento de salvadora plenitud. Y en ocasiones llega, sobre todo en Animal de fondo, a lo que parece haber sido en verdad un embriagador éxtasis. La calidad de los poemas de este tipo, el mayor o menor acierto logrado en la expresión poética, la capacidad que sostenga para modernos, varía desde luego mucho de unos a otros poemas, pero sería fácil hacer una corta selección de muy bellas y originales poesías de esta clase, poesía religiosa, de una especial religiosidad que se relaciona con el sentimiento de la belleza, lo cual no es cosa desconocida, ni mucho menos, en la poesía de otros países, en la India, en Alemania e Inglaterra especialmente, pero que es algo rarísimo, único tal vez, en la poesía española. Los mejores poemas de este tipo son, además, una definitiva prueba de que JRJ no fue, como a veces se ha creído o dicho, un poeta sólo preciosista y banal, sino un poeta muy hondo y original, sentidor y pensador.
· Temas andaluces Se podría también formar una bellísima colección de páginas en verso y prosa de temas andaluces, paisajes, recuerdos, impresiones, tipos, escenas, que presentan imágenes de una Andalucía muy real, vista y sentida por un gran poeta andaluz; una Andalucía profunda, exquisita y nada pintoresquista. Hay ya textos de este tipo reunidos en la colección Olvidos de Granada y en otras colecciones, pero se podrían encontrar bastantes piezas más, poemas muy buenos, en sus poesías de distintas épocas y en las prosas de Platero y yo, Por el cristal amarillo y en otras que están sueltas o han quedado aún inéditas.
· Poesías varias En todos los libros de poesías de Juan Ramón, desde los primeros a los últimos e incluso en los de su época decadentista de 1906 a 1913, se encuentran a veces poemas especiales, raros, distintos, que por una razón u otra tienen a veces gran interés y valor, por la novedad del tema, por el estilo, por lo que revelan de Juan Ramón y de su mundo. Mas, precisamente por ser esos poemas de algún modo excepcionales, fuera de serie, y no encajar bien en los apartados que previamente se han establecido al querer clasificarlos, con frecuencia quedan excluidos de las antologías, olvidados. Se podría, pues, formar, escogiendo cada uno según su gusto, una interesante breve colección bajo el título de poemas varios o inclasificables.
· Prosas En cuanto a las prosas, ya sabemos que son muy varias, a menudo penetrantes y de un muy original estilo. Hay recuerdos e impresiones de toda clase, evocación de extraños caracteres y de paisajes diversos y además de aforismos, críticas y ensayos, están los retratos de sus Españoles de tres mundos y otros retratos. Se pueden encontrar muy buenas páginas de prosa en Platero y yo, en el Diario y sobre todo las que escribió en los años 20 y 30.
Y por último, si hemos de valorar la importancia de Juan Ramón Jiménez, deberíamos recordar el ejemplo que fue su vida, a pesar de sus rarezas y defectos y de su neurastenia. Fue él ejemplo, sobre todo, de una dedicación total y apasionada a la creación poética. Un ejemplo de escritor cuidadoso, persistente, en busca siempre del mejoramiento de su propia obra. Tratando siempre de corregir sus errores, aspirando siempre a la perfección. Y esto es notable, muy digno de ser tenido en cuenta, sobre todo en un país donde lo más corriente ha sido siempre la improvisación, el abandono y el descuido, la falta de meditación y también de retoque y pulimento. Juan Ramón en esto, como en otras muchas cosas, fue en España una figura realmente excepcional."
sábado, 19 de noviembre de 2011
La solución no está en eliminar las finanzas, sino en regularlas bien
miércoles, 28 de septiembre de 2011
¡ A la pizarra !
domingo, 25 de septiembre de 2011
Visita a la casa de Juan Ramón Jimenez
Hacía tiempo que deseaba ir. Y una mañana de agosto, sin pensármelo dos veces, me encaminé hacia allí. Llovía, aunque era verano. Andando ya, bajo el paraguas, por la acera, debí esquivar los chorros de agua que a cada pocos metros derramaban las canales de las casas en la calle principal del pueblo. Al llegar a la casa del poeta tuve que esperar hasta las diez y cuarto, pues las visitas eran cada cierto tiempo, con horario prefijado; pude guarecerme de la lluvia durante la espera, por amabilidad de las muchachas que atendían a los visitantes, dentro de la casa, en la sala de la izquierda habilitada como biblioteca.
Disfruté de emoción imaginando un espacio –cuajado para mí de sensaciones- con sus paredes de estanterías (acristaladas?) repletas unas de libros, otras de revistas. Libros y revistas que sus dueños, imagino que con gran dolor, debieron abandonar precipitadamente -en otra casa de otro lugar, hacía ya casi un siglo- para vivir hasta la muerte en el otro costado.
En aquella casa –pensaba- creció el niñodiós, y pintó sus primeros cuadros, escribió sus primeras poesías entre aquellas paredes, en aquellos patios, en ese pueblo. Y respiró aquella atmósfera de marismas y pinos. Imaginé cómo debió ser aquella casa y aquel pueblo, aquel ambiente primero del poeta. Imaginé a Juan Ramón recordando su otra casa, aquella donde nació, junto a la ría:
“¡Granados en cielo azul!
¡Calle de los marineros;
qué verdes están tus árboles,
qué alegre tienes el cielo!”
A la hora fijada, guiado y en grupo (aunque sólo éramos tres) visitamos la casa. Un salto en la imaginación era necesario, para situar aquel contenido en otro continente, en un piso del Madrid de los años veinte del siglo pasado. Nos detuvimos en cada habitación para ver, tocar, muebles, objetos diversos, vestidos… que debieron estar llenos de vida en aquella vivienda del poeta recién casado.
Como pasa a menudo, colocamos a los clásicos tan por las nubes, tan lejos de nosotros, que no alcanzamos a conocerlos de verdad y a disfrutar de ellos. Y esta visita me sirvió para recuperar a Juan Ramón, acercarme a él de nuevo y conocer más de sus obras. Y volví con ansias de bajar del pedestal al genio y volver a leerlo, a disfrutarlo de nuevo. Y me recreé de nuevo con Platero y volví a ensimismarme con Espacio y… llegué a sentir en algunos instantes el inmenso placer de compartir algunas de las sensaciones y vivencias que sólo sabe transmitir, en su madurez, un gran poeta.
domingo, 7 de agosto de 2011
Keynes
martes, 5 de julio de 2011
La rivera
Don José era el alma de La Academia de mi pueblo, humilde colegio privado donde estudiamos el bachillerato los –pocos- niños y –aun menos- niñas que pudimos hacerlo, gracias al esfuerzo y dedicación de un reducido y excelso grupo de profesores del que formaba parte; a cambio de una reducida cuota mensual y de nuestra eterna gratitud, nos daban clase y nos aguantaban durante todos los días lectivos del curso escolar. Cada mes de junio debíamos ir, normalmente en coche alquilado, a Huelva para que nos examinaran, como libres, en su entonces único Instituto (todavía, cincuenta años después, siento cosquilleo en el estómago al pasar por su puerta).
Era don José (le tomo prestada la frase a mi admirado Pedro Salinas cuando se refiere en uno de sus ensayos a paisanos que podían encontrarse en los campos andaluces o castellanos de su tiempo) “persona cabal en su humanidad, digna en su conducta y tan atinada en su juicio como muchos hombres rebosados de instrucción”. Sin apenas estudios reglados, aprendió francés e inglés, según supimos por confidencias, en la cárcel, de la mano de compañeros de infortunio. Fue injustamente condenado después de la guerra civil y estuvo preso durante un largo periodo de tiempo. Luego, casi toda una vida de abnegación, trabajo honrado y silencio. Ya casi en plena democracia, supimos –y no por él- que había sido concejal republicano hasta el mismo día en que el golpe de estado de 1936 trajo la desgracia y el desastre. Le gustaba la naturaleza. Cultivaba su huerta, de la que volvía diariamente de hacer sus correspondientes faenas antes de las nueve de la mañana, hora en la que abría, con absoluta puntualidad, las puertas de La Academia.
Al espacio central de la nave en que se ubicó durante un tiempo el colegio le llamaba don José, con su especialísima ocurrencia para dar nombres, la rivera: ancho pasillo del salón, anteriormente dedicado a una modesta fábrica de zapatos. Y a la rivera nos mandaba castigados de rodillas (métodos "educativos" de la época) cada vez que infringíamos lo establecido; en muchas ocasiones debíamos cargar con un silenciador, de tamaño acorde con la falta, para ser traducido durante el cumplimiento de la pena. Los silenciadores -así llamados para mantenernos callados haciendo la tarea- eran recortes de periódicos, para la mayoría de nosotros franceses, que debíamos traducir al castellano.
-Fulanito, ¡a la rivera!. ¡Verás cómo se te quitan las ganas de hablar!
Era la potente voz de don José mandando a quien hubiese hablado en tiempo de silencio o hubiese hecho alguna travesura o no hubiese traído los deberes hechos, al pasillo del salón con su correspondiente silenciador.
Y a la rivera se iba uno, con más gloria que pena, a cumplir el castigo.
jueves, 19 de mayo de 2011
En la Puerta del Sol
viernes, 13 de mayo de 2011
La huerfanita y el sapo
“Érase una vez una huerfanita que hilaba sentada sobre el muro de la ciudad y, de pronto, vio salir un sapo de una hendidura. Rápidamente, extendió junto a ella su pañuelo de seda azul, que los sapos amaban con pasión y sólo a ellos se dirigen. En cuanto el sapo vio el pañuelo dio media vuelta, volvió con una pequeña corona de oro, la colocó sobre el pañuelo y se fue de nuevo. La niña tomó la corona, centelleaba, y la formaban los más delicados hilos de oro. Al poco rato, el sapo volvió y al no ver la corona se deslizó por el muro y golpeó contra él la cabecita lleno de dolor, hasta que sus fuerzas se agotaron y cayó muerto. Si la niña no hubiese tocado la corona, el sapo habría sacado más tesoros de la hendidura.”
La primera frase del cuento contiene toda la historia. Érase una vez una huerfanita que hilaba. La niña que protagoniza el cuento no es una niña cualquiera, es una huerfanita. Y está hilando sobre el muro de la ciudad. En su condición de huerfanita suscita nuestra compasión: está sola en el mundo, no tiene a quien la proteja. ¿Dónde vivirá?. Quizá en una casa donde se dé acogida a las huerfanitas. Quizá en casa de unos parientes o de una familia que le ha encontrado un hueco a cambio de que ella haga algunas labores, entre las que podría hallarse, porqué no, la de hilar. Pero es que además, la huerfanita, que está sola en el mundo por el mero hecho de ser huerfanita, está ahora, al inicio del cuento, aún más sola, sentada sobre el muro de la ciudad. ¿Qué es lo que hace allí, tan separada de todos?. ¿No tiene amigas?. ¿Le han prohibido jugar?.
Los hermanos Grimm, en una sola línea han situado ante nuestros ojos al personaje y ya sentimos curiosidad, incluso afecto. No somos indiferentes a la escena, incluso vemos los colores: el muro de la ciudad es de color tierra, el cielo sobre el que se recorta la silueta de la huerfanita es azul, naturalmente, aunque quizá vaguen por él grandes nubes blancas. La huerfanita del cuento está hilando sentada sobre el muro, lleva dentro de sí una historia de soledad, un drama. Así son los personajes de los cuentos. Simbolizan algo, se acercan a nosotros con un mensaje. No están ahí porque sí, sin más ni más. No pertenecen exactamente a la vida que llamamos real, pero transmiten vida. De manera que esta huerfanita de los hermanos Grimm, con ser huerfanita y, sin duda, desgraciada, como todas las huerfanitas de los cuentos, desvalida, menospreciada, es –imaginamos- una niña muy guapa y segura de sí misma. Y es precisamente por eso, porque como veremos se comporta con mucha seguridad, por lo que deducimos que es una niña muy guapa, porque en los cuentos los hermosos y los bellos son personajes seguros de sí mismos y los feos son inseguros.
Y estando ahí, sentada sobre el muro de la ciudad hila que te hila, ya que a fin de cuentas la huerfanita tiene que trabajar, no se ha subido al muro sólo para contemplar el campo que se extiende fuera de los límites de la ciudad, sino que se ha llevado consigo su tarea, ve, de pronto, un sapo. Irrumpe, pues, el sapo en el cuento de los hermanos Grimm y acapara toda nuestra atención. Sale de una hendidura del muro y repentinamente vemos esa hendidura. Y nos ponemos a imaginar cómo será la vida del sapo. Un sapo, según sabemos o imaginamos, es un animal de piel resbaladiza de color pardo y no de muy agradable apariencia, es, en fin, un animal feo. Habitante de un mundo medio subterráneo, oscuro, húmedo. No suscita miedo, pero sí provoca repulsión. Claro que estamos en un cuento y aquí rigen otras normas. Los sapos siguen siendo sapos, pero tienen cualidades, además, propias de los sapos de los cuentos.
En cuanto la huerfanita ve al sapo extiende junta a ella su pañuelo de seda azul. Los sapos aman con pasión los pañuelos de seda azul. Sólo a ellos se dirigen, nos dice el cuento. Ésta es una información muy valiosa. Sorprendente y valiosa. Una sombra de sospecha se cierne sobre las intenciones de la niña cuando la vemos extender su pañuelo sobre el muro. A lo mejor no es un gesto muy inocente. No es sólo que espere algo del sapo, sino que quiere algo de él. ¿Es el pañuelo azul una trampa?. Nuestra atención, que se había vuelto a centrar en la niña, ahora se dirige al sapo. En cuanto el sapo ve el pañuelo se da media vuelta, regresa a su hendidura y sale de ella con una pequeña corona de oro, la coloca sobre el pañuelo y se va. Este es, sin duda, el centro del relato: un acto algo misterioso, enigmático, que sólo puede entenderse enteramente desde la mentalidad de los sapos. Hay que hacer un esfuerzo y penetrar en la mente del sapo.
No parece que el sapo se haya percatado de la presencia de la niña. No es extraño. Los sapos no aman con pasión a las huerfanitas que hilan sentadas sobre el muro de la ciudad, aman los pañuelos de seda azul. Y los aman por algo y para algo, no es un amor gratuito, es un amor con finalidad. El pañuelo de seda azul es para los sapos un camino que lleva a alguna parte. El eslabón necesario para concluir la cadena, para alcanzar la meta. Deducimos que los sapos no pueden conseguir con facilidad pañuelos azules; eso no es algo que esté a su alcance. De modo que, en cuanto avistan uno, se dan media vuelta y se aprestan a concluir su tarea: dan rienda suelta a sus deseos, ciegos al mundo, a todo peligro. Sólo tienen ojos para el pañuelo, para sus metas. Si los sapos pudieran adquirir con normalidad pañuelos azules, esta historia no estaría sucediendo. La niña tiene algo que el sapo no tiene y que, al parecer, le es vital: el sapo necesita pañuelos azules y su necesidad de ellos es tal que, al verlos, todo lo demás desaparece, no se ve. Y ¿para qué los necesita? En seguida lo sabemos: para depositar en ellos su tesoro. El sapo ha sacado de la hendidura una pequeña corona de oro, la ha dejado sobre el pañuelo y se ha vuelto a marchar.
Deslumbrada, la niña toma en sus manos la corona centelleante, formada por delicados hilos de oro: un fino trabajo de orfebrería. Puede que este sapo, si no todos los sapos, sea un excelente orfebre. Otra vez miramos a la niña. Desde la primera línea del cuento nuestra atención ha ido de la niña al sapo, del sapo a la niña, como en un juego de ajedrez, de tenis, de pinpon. Si se tratase de una película la cámara enfocaría, exclusiva y sucesivamente, a uno y a otro personaje. No podemos mirar a los dos personajes a la vez. Los dos a la vez no tienen cabida en nuestro campo de visión. Tenemos que mirarlos por separado.
Quizás se trate de dos historias sumamente distintas, irreconciliables. Dos historias que no pueden convivir: o se acepta una o se acepta la otra. Pero no podemos quedarnos con las dos. En esta incompatibilidad reside el drama del cuento, el fatal desenlace que se presiente. La niña y el sapo parecen destinados a no comprenderse: son dos historias paralelas, cada una con su drama; pero ni la niña puede captar el drama del sapo, ni el sapo puede saber en qué consiste el drama de la niña. Sólo les une la necesidad que tiene el sapo del pañuelo azul y la fascinación de la niña por la corona de oro. La niña es poseedora del pañuelo. El sapo dueño del tesoro. Cada uno tiene algo que el otro desea. Pero este es un cuento silencioso: la niña y el sapo no se cruzan ni una sola palabra y tampoco parece que lleguen a mirarse a los ojos. Sabemos que la niña ve al sapo, pero ni siquiera nos consta que el sapo vea a la niña, cegado como está por el fulgor que irradia para él el pañuelo de seda azul. Y al no ver la corona sobre el pañuelo, se desliza por el muro y golpea contra él la cabecita lleno de dolor, hasta que sus fuerzas se agotan y cae muerto.
El destino del sapo nos estremece. Probablemente había dejado la corona sobre el pañuelo porque se le parecía el lugar apropiado para la corona. Allí era donde se podía disfrutar de su belleza, no en la hendidura del muro. Los rayos del sol hacen brillar el oro y el contraste con el azul aún lo hace más radiante. ¿Quién puede disfrutar de la maravillosa corona en la hendidura?. Ahora sabemos porqué les gustan a los sapos los pañuelos azules. Y damos en pensar que todos los sapos guardan tesoros en sus güaridas y que andan a la búsqueda de pañuelos donde depositarlos para que los tesoros resplandezcan. ¿Qué es un tesoro en la oscuridad?. El sapo tiene la necesidad de exponerlo, pero no es consciente de que fuera de la hendidura el peligro acecha. El tesoro, depositado sobre el pañuelo bajo los rayos del sol, deja de pertenecerle. La mano de la niña lo toma, lo acaricia, la satisfacción de la niña es el drama del sapo.
El cuento concluye con una moraleja: si la niña no hubiese tocado la corona, el sapo habría sacado más tesoros de la hendidura.
Y nos decimos que el sapo y la niña hubieran debido hablar, llegar a un acuerdo. ¿Es que las cosas tenían que haber acabado en tragedia?. ¿Hay un culpable en esta tragedia?. ¿Con quién están nuestras simpatías? ¿con el sapo o con la niña?. Los dos personajes nos ofrecen motivos de identificación. ¿Quién no se ha sentido desdichado aún sin existir una causa concreta para la desdicha?. ¿Quién no se ha sentido huérfano aún sin serlo?. ¿Es que no parece deseable estar sentado sobre el muro de la ciudad, lejos de todos, contemplando el campo, disfrutando del aire fresco?. ¿Y no se merece esta pobre huerfanita, con la que nos identificamos, un premio?. Si sabe que los sapos tienen tesoros escondidos y que al ver un pañuelo de seda azul los exponen ¿cómo no sacar el pañuelo?. Con el sapo también nos podemos identificar. No quiere otra cosa que el pañuelo de seda azul donde depositar su tesoro. Quiere verlo mejor, contemplarlo fuera de la hendidura, pero no se le ha pasado por la cabeza que, al ser expuesto, el tesoro pudiera desaparecer. Este tesoro es todo lo que tiene. Sin él no es nada. Quizá los sapos no puedan sobrevivir a la desaparición del tesoro.
El lector es como la huerfanita del cuento. Se mueve dentro de su propia historia. Al lector le conmueve o simplemente le interesa el cuento, pero no su autor, ni sus muchas o pocas capacidades. Las historias de la huerfanita y del sapo se mueven de forma paralela, como la del lector y la del escritor. El escritor, a diferencia del sapo del cuento, puede volver al punto original, cuando se inició el relato, puede volver a las palabras que lo fundaron, a ese “Érase una vez” tras el que nació una historia verdadera. Porque el escritor siempre tiene la esperanza de encontrar un lector que comprenda su texto enteramente, que lo haga suyo con la misma generosidad con que él se lo entrega. A eso es a lo que aspira el escritor, a establecer este íntimo y profundo contacto con un lector por encima de las convenciones que establece la época. Un lector que no busque pañuelos azules donde exponer sus tesoros. Ese lector que es como el escritor, un romántico; alguien que lucha contra los límites de la época que le ha tocado vivir.
(transcripción de la parte de la conferencia "El fuego sagrado de la fabulación", escuchada a Soledad Puértolas, donde se glosa un cuento de los hermanos Grimm con el objeto de indagar en la clave de la relación del escritor con el lector)
lunes, 11 de abril de 2011
cohombros
jueves, 17 de febrero de 2011
Lectores y leedores
viernes, 11 de febrero de 2011
Autopista sin límites de velocidad y mal señalizada
viernes, 28 de enero de 2011
Día Europeo de la Memoria del Holocausto
sábado, 22 de enero de 2011
Canudos
jueves, 13 de enero de 2011
Crónica de una cena
Archivo del blog
Datos personales
- Francisco Javier Romero
- Nací en Valverde del Camino (Huelva) en diciembre de 1948. A los 17 años me fuí a estudiar a Madrid, donde viví hasta los 30. Me trasladé a Huelva y luego, con un intermedio de algún tiempo en Granada, a Sevilla, donde vivo ahora. ¿Desconcertado? Por la desorientación y perplejidad que me producen situaciones que he conocido o vivido, por comprobar que casi siempre la realidad supera a la ficción."En los blogs se busca el relato en primera persona, que es en torno a lo que pivota el sistema informativo de Internet".Me gustó esta frase y la suscribo.