jueves, 19 de mayo de 2011

En la Puerta del Sol

Mi amigo Pedro me recomendó el otro día un nuevo museo en Madrid, que no conocía y le había gustado. Exponían, me dijo, unos interesantes dibujos de Kurosawa. Hoy me encontraba allí, con tiempo suficiente, y fui a verlos. El Museo ABC, rehabilitación de un edificio que fue una antigüa fábrica -al parecer, la primera- de cervezas Mahou, en la calle Amaniel. Me pareció muy acogedor y bien diseñado el edificio. Y los dibujos del gran director de cine japonés me gustaron mucho.
Como estaba cerca del Instituto, donde hace ¡la friolera! de cuarenta y cinco años cursé el preuniversitario, la nostalgia me empujó hacia el Cardenal Cisneros, que no ha cambiado de nombre ni de sitio, y al que no había vuelto a pisar desde este mismo mes en el que estamos, pero de aquel tiempo. Mi espíritu voló a aquel espacio entrañable de mi vida mientras subía las escaleras y torcía, sin dudarlo un instante, hacia la izquierda y luego a la derecha en el primer rellano, para deambular por el pasillo y asomarme a mis clases.
Luego, paseando por la Gran Vía y continuando por la calle Preciados, me acerqué a la Puerta del Sol, para ver qué pasaba. Posiblemente influido por encontrarme flotando en una nube de nostalgia que me transportaba a mi juventud, encontré muchas similitudes entre los muchachos, que pululaban por los tenderetes que allí habían plantado, y los ambientes que en los años sesenta yo había vivido. Las pancartas, los eslóganes, la vestimenta, las discusiones en corrillos sobre asuntos que hoy preocupan a mucha gente, la forma de escribir y dibujar los cartelones. Todo era distinto..., y, sin embargo, igual que entonces. Sonaba a auténtico. Disparatado, irreal, en cierta forma desquiciado, pero con un fondo de pureza y de verdad. Los jóvenes que allí había están expresando su descontento, su desacuerdo con la forma en que ocurren las cosas que a ellos más les afectan. Porque posiblemente, como nos dijo Tony Judt en su último libro, algo va mal.

viernes, 13 de mayo de 2011

La huerfanita y el sapo

“Érase una vez una huerfanita que hilaba sentada sobre el muro de la ciudad y, de pronto, vio salir un sapo de una hendidura. Rápidamente, extendió junto a ella su pañuelo de seda azul, que los sapos amaban con pasión y sólo a ellos se dirigen. En cuanto el sapo vio el pañuelo dio media vuelta, volvió con una pequeña corona de oro, la colocó sobre el pañuelo y se fue de nuevo. La niña tomó la corona, centelleaba, y la formaban los más delicados hilos de oro. Al poco rato, el sapo volvió y al no ver la corona se deslizó por el muro y golpeó contra él la cabecita lleno de dolor, hasta que sus fuerzas se agotaron y cayó muerto. Si la niña no hubiese tocado la corona, el sapo habría sacado más tesoros de la hendidura.”

La primera frase del cuento contiene toda la historia. Érase una vez una huerfanita que hilaba. La niña que protagoniza el cuento no es una niña cualquiera, es una huerfanita. Y está hilando sobre el muro de la ciudad. En su condición de huerfanita suscita nuestra compasión: está sola en el mundo, no tiene a quien la proteja. ¿Dónde vivirá?. Quizá en una casa donde se dé acogida a las huerfanitas. Quizá en casa de unos parientes o de una familia que le ha encontrado un hueco a cambio de que ella haga algunas labores, entre las que podría hallarse, porqué no, la de hilar. Pero es que además, la huerfanita, que está sola en el mundo por el mero hecho de ser huerfanita, está ahora, al inicio del cuento, aún más sola, sentada sobre el muro de la ciudad. ¿Qué es lo que hace allí, tan separada de todos?. ¿No tiene amigas?. ¿Le han prohibido jugar?.

Los hermanos Grimm, en una sola línea han situado ante nuestros ojos al personaje y ya sentimos curiosidad, incluso afecto. No somos indiferentes a la escena, incluso vemos los colores: el muro de la ciudad es de color tierra, el cielo sobre el que se recorta la silueta de la huerfanita es azul, naturalmente, aunque quizá vaguen por él grandes nubes blancas. La huerfanita del cuento está hilando sentada sobre el muro, lleva dentro de sí una historia de soledad, un drama. Así son los personajes de los cuentos. Simbolizan algo, se acercan a nosotros con un mensaje. No están ahí porque sí, sin más ni más. No pertenecen exactamente a la vida que llamamos real, pero transmiten vida. De manera que esta huerfanita de los hermanos Grimm, con ser huerfanita y, sin duda, desgraciada, como todas las huerfanitas de los cuentos, desvalida, menospreciada, es –imaginamos- una niña muy guapa y segura de sí misma. Y es precisamente por eso, porque como veremos se comporta con mucha seguridad, por lo que deducimos que es una niña muy guapa, porque en los cuentos los hermosos y los bellos son personajes seguros de sí mismos y los feos son inseguros.

Y estando ahí, sentada sobre el muro de la ciudad hila que te hila, ya que a fin de cuentas la huerfanita tiene que trabajar, no se ha subido al muro sólo para contemplar el campo que se extiende fuera de los límites de la ciudad, sino que se ha llevado consigo su tarea, ve, de pronto, un sapo. Irrumpe, pues, el sapo en el cuento de los hermanos Grimm y acapara toda nuestra atención. Sale de una hendidura del muro y repentinamente vemos esa hendidura. Y nos ponemos a imaginar cómo será la vida del sapo. Un sapo, según sabemos o imaginamos, es un animal de piel resbaladiza de color pardo y no de muy agradable apariencia, es, en fin, un animal feo. Habitante de un mundo medio subterráneo, oscuro, húmedo. No suscita miedo, pero sí provoca repulsión. Claro que estamos en un cuento y aquí rigen otras normas. Los sapos siguen siendo sapos, pero tienen cualidades, además, propias de los sapos de los cuentos.

En cuanto la huerfanita ve al sapo extiende junta a ella su pañuelo de seda azul. Los sapos aman con pasión los pañuelos de seda azul. Sólo a ellos se dirigen, nos dice el cuento. Ésta es una información muy valiosa. Sorprendente y valiosa. Una sombra de sospecha se cierne sobre las intenciones de la niña cuando la vemos extender su pañuelo sobre el muro. A lo mejor no es un gesto muy inocente. No es sólo que espere algo del sapo, sino que quiere algo de él. ¿Es el pañuelo azul una trampa?. Nuestra atención, que se había vuelto a centrar en la niña, ahora se dirige al sapo. En cuanto el sapo ve el pañuelo se da media vuelta, regresa a su hendidura y sale de ella con una pequeña corona de oro, la coloca sobre el pañuelo y se va. Este es, sin duda, el centro del relato: un acto algo misterioso, enigmático, que sólo puede entenderse enteramente desde la mentalidad de los sapos. Hay que hacer un esfuerzo y penetrar en la mente del sapo.

No parece que el sapo se haya percatado de la presencia de la niña. No es extraño. Los sapos no aman con pasión a las huerfanitas que hilan sentadas sobre el muro de la ciudad, aman los pañuelos de seda azul. Y los aman por algo y para algo, no es un amor gratuito, es un amor con finalidad. El pañuelo de seda azul es para los sapos un camino que lleva a alguna parte. El eslabón necesario para concluir la cadena, para alcanzar la meta. Deducimos que los sapos no pueden conseguir con facilidad pañuelos azules; eso no es algo que esté a su alcance. De modo que, en cuanto avistan uno, se dan media vuelta y se aprestan a concluir su tarea: dan rienda suelta a sus deseos, ciegos al mundo, a todo peligro. Sólo tienen ojos para el pañuelo, para sus metas. Si los sapos pudieran adquirir con normalidad pañuelos azules, esta historia no estaría sucediendo. La niña tiene algo que el sapo no tiene y que, al parecer, le es vital: el sapo necesita pañuelos azules y su necesidad de ellos es tal que, al verlos, todo lo demás desaparece, no se ve. Y ¿para qué los necesita? En seguida lo sabemos: para depositar en ellos su tesoro. El sapo ha sacado de la hendidura una pequeña corona de oro, la ha dejado sobre el pañuelo y se ha vuelto a marchar.

Deslumbrada, la niña toma en sus manos la corona centelleante, formada por delicados hilos de oro: un fino trabajo de orfebrería. Puede que este sapo, si no todos los sapos, sea un excelente orfebre. Otra vez miramos a la niña. Desde la primera línea del cuento nuestra atención ha ido de la niña al sapo, del sapo a la niña, como en un juego de ajedrez, de tenis, de pinpon. Si se tratase de una película la cámara enfocaría, exclusiva y sucesivamente, a uno y a otro personaje. No podemos mirar a los dos personajes a la vez. Los dos a la vez no tienen cabida en nuestro campo de visión. Tenemos que mirarlos por separado.

Quizás se trate de dos historias sumamente distintas, irreconciliables. Dos historias que no pueden convivir: o se acepta una o se acepta la otra. Pero no podemos quedarnos con las dos. En esta incompatibilidad reside el drama del cuento, el fatal desenlace que se presiente. La niña y el sapo parecen destinados a no comprenderse: son dos historias paralelas, cada una con su drama; pero ni la niña puede captar el drama del sapo, ni el sapo puede saber en qué consiste el drama de la niña. Sólo les une la necesidad que tiene el sapo del pañuelo azul y la fascinación de la niña por la corona de oro. La niña es poseedora del pañuelo. El sapo dueño del tesoro. Cada uno tiene algo que el otro desea. Pero este es un cuento silencioso: la niña y el sapo no se cruzan ni una sola palabra y tampoco parece que lleguen a mirarse a los ojos. Sabemos que la niña ve al sapo, pero ni siquiera nos consta que el sapo vea a la niña, cegado como está por el fulgor que irradia para él el pañuelo de seda azul. Y al no ver la corona sobre el pañuelo, se desliza por el muro y golpea contra él la cabecita lleno de dolor, hasta que sus fuerzas se agotan y cae muerto.

El destino del sapo nos estremece. Probablemente había dejado la corona sobre el pañuelo porque se le parecía el lugar apropiado para la corona. Allí era donde se podía disfrutar de su belleza, no en la hendidura del muro. Los rayos del sol hacen brillar el oro y el contraste con el azul aún lo hace más radiante. ¿Quién puede disfrutar de la maravillosa corona en la hendidura?. Ahora sabemos porqué les gustan a los sapos los pañuelos azules. Y damos en pensar que todos los sapos guardan tesoros en sus güaridas y que andan a la búsqueda de pañuelos donde depositarlos para que los tesoros resplandezcan. ¿Qué es un tesoro en la oscuridad?. El sapo tiene la necesidad de exponerlo, pero no es consciente de que fuera de la hendidura el peligro acecha. El tesoro, depositado sobre el pañuelo bajo los rayos del sol, deja de pertenecerle. La mano de la niña lo toma, lo acaricia, la satisfacción de la niña es el drama del sapo.

El cuento concluye con una moraleja: si la niña no hubiese tocado la corona, el sapo habría sacado más tesoros de la hendidura.

Y nos decimos que el sapo y la niña hubieran debido hablar, llegar a un acuerdo. ¿Es que las cosas tenían que haber acabado en tragedia?. ¿Hay un culpable en esta tragedia?. ¿Con quién están nuestras simpatías? ¿con el sapo o con la niña?. Los dos personajes nos ofrecen motivos de identificación. ¿Quién no se ha sentido desdichado aún sin existir una causa concreta para la desdicha?. ¿Quién no se ha sentido huérfano aún sin serlo?. ¿Es que no parece deseable estar sentado sobre el muro de la ciudad, lejos de todos, contemplando el campo, disfrutando del aire fresco?. ¿Y no se merece esta pobre huerfanita, con la que nos identificamos, un premio?. Si sabe que los sapos tienen tesoros escondidos y que al ver un pañuelo de seda azul los exponen ¿cómo no sacar el pañuelo?. Con el sapo también nos podemos identificar. No quiere otra cosa que el pañuelo de seda azul donde depositar su tesoro. Quiere verlo mejor, contemplarlo fuera de la hendidura, pero no se le ha pasado por la cabeza que, al ser expuesto, el tesoro pudiera desaparecer. Este tesoro es todo lo que tiene. Sin él no es nada. Quizá los sapos no puedan sobrevivir a la desaparición del tesoro.

El lector es como la huerfanita del cuento. Se mueve dentro de su propia historia. Al lector le conmueve o simplemente le interesa el cuento, pero no su autor, ni sus muchas o pocas capacidades. Las historias de la huerfanita y del sapo se mueven de forma paralela, como la del lector y la del escritor. El escritor, a diferencia del sapo del cuento, puede volver al punto original, cuando se inició el relato, puede volver a las palabras que lo fundaron, a ese “Érase una vez” tras el que nació una historia verdadera. Porque el escritor siempre tiene la esperanza de encontrar un lector que comprenda su texto enteramente, que lo haga suyo con la misma generosidad con que él se lo entrega. A eso es a lo que aspira el escritor, a establecer este íntimo y profundo contacto con un lector por encima de las convenciones que establece la época. Un lector que no busque pañuelos azules donde exponer sus tesoros. Ese lector que es como el escritor, un romántico; alguien que lucha contra los límites de la época que le ha tocado vivir.

(transcripción de la parte de la conferencia "El fuego sagrado de la fabulación", escuchada a Soledad Puértolas, donde se glosa un cuento de los hermanos Grimm con el objeto de indagar en la clave de la relación del escritor con el lector)

Datos personales

Mi foto
Nací en Valverde del Camino (Huelva) en diciembre de 1948. A los 17 años me fuí a estudiar a Madrid, donde viví hasta los 30. Me trasladé a Huelva y luego, con un intermedio de algún tiempo en Granada, a Sevilla, donde vivo ahora. ¿Desconcertado? Por la desorientación y perplejidad que me producen situaciones que he conocido o vivido, por comprobar que casi siempre la realidad supera a la ficción."En los blogs se busca el relato en primera persona, que es en torno a lo que pivota el sistema informativo de Internet".Me gustó esta frase y la suscribo.