viernes, 30 de diciembre de 2011

El discurso de un gran estadista

La intervención de Helmut Schmidt en el reciente congreso del Partido Socialdemócrata Alemán, "Alemania en, con y para Europa", me ha impresionado por su especial clarividencia. Ha sido una llamada a la reflexión no sólo para sus compatriotas o sus más próximos ideológicamente, sino para cualquier europeo preocupado por la actual situación y el futuro que nos espera. Este hombre de noventa y dos años, con una gran experiencia política y vital, nos aclara conceptos y nos dice cosas dignas de ser meditadas, más allá de la ideología y de "reflexiones" vacías.
Sus consideraciones que, como dice de sí mismo por su edad, se encuentra "más allá del bien y del mal", se centran en poner al día las razones históricas que motivaron a los impulsores de la integración europea.
Se puede interpretar la historia europea, desde el punto de vista centroeuropeo, como una serie interminable de luchas entre la periferia y el centro y viceversa, según fueran o se sintieran fuertes unos u otros; desde la Guerra de los Treinta Años entre 1618 y 1648 con Alemania como escenario principal, pasando por las iniciadas por los franceses de Luís XIV o más tarde de Napoleón, y las numerosas confrontaciones que se produjeron, hasta llegar al periodo que llama "Segunda Guerra de los Treinta Años" desde 1914 hasta 1945. Los países vecinos de Alemania y los judíos del mundo se acuerdan del Holocausto y de las atrocidades que se cometieron durante la ocupación alemana, es probable, por ello, que exista y siga existiendo durante muchas generaciones un recelo latente contra los alemanes. Y fue ese recelo lo que motivó en 1945 el inicio de la integración europea.
La razón de fondo de Francia para apoyar el nacimiento del euro, nos dice, fue su inquietud ante un marco alemán fuerte. Hoy nos encontramos con una moneda, el euro, que es la segunda más importante de la economía mundial, con mayor estabilidad que el dólar y de la que tuvo el marco alemán en sus últimos diez años.
Desde Maastricht, sin embargo, han ocurrido muchos y profundos cambios: liberación de las naciones del Este, implosión de la URSS, auges de China, Brasil, India y países "emergentes", globalización y poder -de momento- incontrolado de los actores de los mercados financieros. La humanidad ha acelerado su crecimiento hasta alcanzar hoy los 7.000 millones de habitantes, mientras que la población conjunta de todas las naciones europeas apenas llegará al 7 por ciento, cuando han representado durante dos siglos más del 20 por ciento de la población mundial.
Desde hace 50 años, los europeos somos cada vez menos y aportamos cada vez menos al producto mundial. A partir de 2050, cada país europeo por separado, será una diminuta fracción del 1 por ciento de la población mundial: como estados aislados tendremos que expresar nuestros respectivos pesos poblacionales en tantos por mil. Es decir, sólo podremos jugar un papel importante en el mundo conjuntamente, no aislados. Por lo tanto, la Unión Europea no es tanto una aspiración ideológica, sino una necesidad. Si no se consigue, nuestra marginación en la escena mundial está asegurada.
Hace a continuación una serie de consideraciones sobre la importancia de la implicación de Alemania en la consecución de la integración europea, hoy en peligro. Si los alemanes se dejasen llevar, por su actual fortaleza económica, para reclamar un papel de liderazgo político europeo, la inquietud de la periferia ante un centro demasiado fuerte resurgiría rápidamente y probablemente destruiría la Unión Europea. Alemania necesita -"también para protegernos de nosotros mismos" nos dice Schmidt- la inclusión en la integración europea.
"Nuestra posición geopolítica central, nuestro desafortunado papel en la historia europea hasta mediados del siglo XX, así como nuestra productividad actual, requiere de cada gobierno alemán un elevado nivel de solidaridad para con nuestros socios de la UE. Y nuestra ayuda resulta imprescindible."
Recuerda la deuda de gratitud de Alemania con otras naciones occidentales. El interés estratégico de Alemania a largo plazo está en no aislarse y en no dejarse aislar. Y ello está muy por encima de ser o no pagador neto en el proyecto de integración. La solidaridad con otras naciones de la UE es esencial para Alemania, está recogida en su propia Constitución.
Hay que reactivar a los órganos de la UE, especialmente el Parlamento Europeo. Por primera vez -cita al filósofo Habermas- en la historia de la UE vivimos un retroceso de la democracia. Los estados europeos, especialmente los participantes en la moneda común, deberían desarrollar conjuntamente regulaciones de sus mercados financieros y así podremos volver a medio plazo a una zona de estabilidad.
No debemos propagar por Europa una zona de deflación extrema. Ningún estado puede sanear su economía sin crecimiento, sin nuevos puestos de trabajo. "Quien así lo crea, que Europa puede sanearse con recortes presupuestarios, debería estudiar las fatales consecuencias de la política de deflación de Heinrich Brüning en 1930-32. Desencadenó una depresión y una cifra de paro insoportable y además provocó el hundimiento de la primera democracia alemana".
Termina el ex-canciller con una exhortación a los socialdemócratas alemanes de trabajo y lucha para que esta Unión Europea, única en la historia, supere su debilidad actual.
(traducción del discurso completo).

viernes, 23 de diciembre de 2011

y te has ido elevando hasta tu nombre

CIELO

Te tenía olvidado,

cielo, y no eras

más que un vago existir de luz,

visto -sin nombre-

por mis cansados ojos indolentes.

Y aparecías, entre las palabras

perezosas y desesperanzadas del viajero,

como en breves lagunas repetidas

de un paisaje de agua visto en sueños...


Hoy te he mirado lentamente,

y te has ido elevando hasta tu nombre.


Me ha parecido oportuno, para recordar a Juan Ramón Jiménez en el día de hoy en que se cumplen 130 años de su nacimiento, transcribir las palabras finales de las lecciones que dictó el profesor Antonio Sánchez Barbudo sobre su obra poética, en la Fundación March, en enero de 1981, dirigidas, especialmente, a un ingenuo lector de Juan Ramón, como yo soy:

"Un autor como Juan Ramón, de obra tan extensa y variada, y a menudo de no muy fácil lectura, está probablemente condenado a que la mayoría de sus lectores lean casi siempre en pequeñas dosis, de forma muy selectiva. Los poemas que más aprecia el común lector de una antología de su obra, o los que pudiera escoger como mejores y más representativos un lector estudioso después de haberse sumergido en la totalidad de su creación poética, es algo que dependerá o dependería, naturalmente, del propósito con que se hagan esas lecturas y, sobre todo, claro es, del gusto, preparación y sensibilidad de cada uno.

Sería, pues, pretencioso e inútil querer hacer indicaciones muy precisas que pudieran ayudar a todos los seleccionadores posibles. Pero se pueden hacer, creo yo, algunas indicaciones generales que podrían ser útiles tal vez a algún ingenuo lector. A ese que, no muy orientado, quisiera sin embargo formar un ramillete con algunas de las mejores páginas en verso y prosa de Juan Ramón Jiménez. Unas páginas que pusieran claramente de manifiesto la importancia y el valor del Andaluz Universal. A tal lector le sugeriría yo que no dejase de prestar atención a las siguientes secciones o partes de su obra:

· Romances y canciones En los libros de la primera época, desde Rimas a Pastorales, pero también y sobre todo en obras escritas mucho más tarde, como La estación total, Romances de Coral Gables o Canciones de La Florida, pueden encontrarse algunos bellísimos poemas de esta clase, de romances, canciones, cuyos antecedentes se encuentran, evidentemente, en una vieja tradición de poesía popular castellana, pero que son, a menudo, poesía muy original, profunda, intimista y refinada, llena de colorido y sentimiento.

· La poesía desnuda La llamada poesía desnuda de Juan Ramón Jiménez es, quizás, la mayor aportación de éste a la historia de la poesía española. Con ella, él abrió en España e Hispanoamérica el camino de una poesía sobria, exacta, cuyo valor reside en la condensación, en su temblor íntimo, más que en el ritmo interno o en la brillantéz de las imágenes. No siempre siguió él luego, sin desviarse, el camino que se había trazado al comenzar el Diario de un poeta recién casado, aunque, de todos modos, a partir de 1916, si no antes, su poesía fue ya, por lo general, mucho más concentrada y honda de lo que había antes sido. Buenos ejemplos de poesía desnuda se encuentran sobre todo en el Diario y en las obras poéticas que siguieron a ese libro inmediatamente después, pero también, a menudo, en libros de poesías posteriores.

· Salvación por la belleza Hay toda una larga serie de poemas, de La estación total, Animal de fondo especialmente, pero también antes, cuyo tema básico, en diferentes fases y con varios grados de intensidad y valor, es siempre el mismo: la emocionada contemplación de la belleza natural y un ansia de eternidad e infinito que acompaña a esa contemplación. Algunos poemas que parecen mera descripción encierran en forma más o menos explícita su ardiente afán, en otros es ya obvia una apasionada expectación del instante eterno, de un momento de salvadora plenitud. Y en ocasiones llega, sobre todo en Animal de fondo, a lo que parece haber sido en verdad un embriagador éxtasis. La calidad de los poemas de este tipo, el mayor o menor acierto logrado en la expresión poética, la capacidad que sostenga para modernos, varía desde luego mucho de unos a otros poemas, pero sería fácil hacer una corta selección de muy bellas y originales poesías de esta clase, poesía religiosa, de una especial religiosidad que se relaciona con el sentimiento de la belleza, lo cual no es cosa desconocida, ni mucho menos, en la poesía de otros países, en la India, en Alemania e Inglaterra especialmente, pero que es algo rarísimo, único tal vez, en la poesía española. Los mejores poemas de este tipo son, además, una definitiva prueba de que JRJ no fue, como a veces se ha creído o dicho, un poeta sólo preciosista y banal, sino un poeta muy hondo y original, sentidor y pensador.

· Temas andaluces Se podría también formar una bellísima colección de páginas en verso y prosa de temas andaluces, paisajes, recuerdos, impresiones, tipos, escenas, que presentan imágenes de una Andalucía muy real, vista y sentida por un gran poeta andaluz; una Andalucía profunda, exquisita y nada pintoresquista. Hay ya textos de este tipo reunidos en la colección Olvidos de Granada y en otras colecciones, pero se podrían encontrar bastantes piezas más, poemas muy buenos, en sus poesías de distintas épocas y en las prosas de Platero y yo, Por el cristal amarillo y en otras que están sueltas o han quedado aún inéditas.

· Poesías varias En todos los libros de poesías de Juan Ramón, desde los primeros a los últimos e incluso en los de su época decadentista de 1906 a 1913, se encuentran a veces poemas especiales, raros, distintos, que por una razón u otra tienen a veces gran interés y valor, por la novedad del tema, por el estilo, por lo que revelan de Juan Ramón y de su mundo. Mas, precisamente por ser esos poemas de algún modo excepcionales, fuera de serie, y no encajar bien en los apartados que previamente se han establecido al querer clasificarlos, con frecuencia quedan excluidos de las antologías, olvidados. Se podría, pues, formar, escogiendo cada uno según su gusto, una interesante breve colección bajo el título de poemas varios o inclasificables.

· Prosas En cuanto a las prosas, ya sabemos que son muy varias, a menudo penetrantes y de un muy original estilo. Hay recuerdos e impresiones de toda clase, evocación de extraños caracteres y de paisajes diversos y además de aforismos, críticas y ensayos, están los retratos de sus Españoles de tres mundos y otros retratos. Se pueden encontrar muy buenas páginas de prosa en Platero y yo, en el Diario y sobre todo las que escribió en los años 20 y 30.

Y por último, si hemos de valorar la importancia de Juan Ramón Jiménez, deberíamos recordar el ejemplo que fue su vida, a pesar de sus rarezas y defectos y de su neurastenia. Fue él ejemplo, sobre todo, de una dedicación total y apasionada a la creación poética. Un ejemplo de escritor cuidadoso, persistente, en busca siempre del mejoramiento de su propia obra. Tratando siempre de corregir sus errores, aspirando siempre a la perfección. Y esto es notable, muy digno de ser tenido en cuenta, sobre todo en un país donde lo más corriente ha sido siempre la improvisación, el abandono y el descuido, la falta de meditación y también de retoque y pulimento. Juan Ramón en esto, como en otras muchas cosas, fue en España una figura realmente excepcional."

sábado, 19 de noviembre de 2011

La solución no está en eliminar las finanzas, sino en regularlas bien

Se contrapone la economía "financiera" a la economía "real", como si aquella fuese irreal o falsa o innecesaria. La "sangre" (se emplean muchas veces las imágenes biológicas y médicas en economía) del "cuerpo" económico resulta que no forma parte del mismo, es ajena y, sin embargo, le da vida al regar todos sus órganos.
Me ha gustado esta entrada de Juan Urrutia en su blog.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

¡ A la pizarra !

Los tiempos han cambiado, como suele decirse a partir de cierta edad, ¡y a qué velocidad!; todo fluye, nada permanece. Sin embargo, ocurre a menudo que objetos conocidos o situaciones ya vividas nos dan la vuelta y por vericuetos insospechados, se nos sitúan de nuevo ante nuestras narices mostrándonos, de forma diferente, la misma "realidad". Paradójicamente, nos encontramos ante "lo mismo", si bien en contextos radicalmente distintos.
Pues bien, el otro día "navegando" por la red me encontré, de nuevo, con una vieja compañera de mi infancia y juventud: la pizarra. Siempre formó parte de mi mundo educativo: nos explicaban las lecciones en la pizarra; teníamos que demostrar nuestros conocimientos y habilidades en la pizarra; nos castigaban si figurábamos en la lista de la pizarra. Las nuevas tecnologías, internet, como decía, me ha colocado de nuevo ante la pizarra.
A un joven profesor americano se le ha ocurrido la brillante idea de usar algunas de las enormes posibilidades de las tecnologías de la información y de las comunicaciones (tic) para aplicarlas a la educación como si de una pizarra se tratara. Pero una pizarra con poderes casi mágicos: al alcance de cualquier humano que se encuentre en cualquier parte para aprender lo que enseñe un profesor que esté en cualquier sitio. Y para ello creó la Fundación Khan Academy , institución de prestigio creciente, en la que puedes encontrar lecciones de, cada día, más materias: física, química, matemáticas, historia, economía, etc. Todo, hasta ahora, en inglés. Sólo hacen falta iniciativas que hagan posible que este invento funcione en castellano (algunas hay, pero por desgracia muy limitadas todavía).
Una gran innovación, un gran invento.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Visita a la casa de Juan Ramón Jimenez

Hacía tiempo que deseaba ir. Y una mañana de agosto, sin pensármelo dos veces, me encaminé hacia allí. Llovía, aunque era verano. Andando ya, bajo el paraguas, por la acera, debí esquivar los chorros de agua que a cada pocos metros derramaban las canales de las casas en la calle principal del pueblo. Al llegar a la casa del poeta tuve que esperar hasta las diez y cuarto, pues las visitas eran cada cierto tiempo, con horario prefijado; pude guarecerme de la lluvia durante la espera, por amabilidad de las muchachas que atendían a los visitantes, dentro de la casa, en la sala de la izquierda habilitada como biblioteca.

Disfruté de emoción imaginando un espacio –cuajado para mí de sensaciones- con sus paredes de estanterías (acristaladas?) repletas unas de libros, otras de revistas. Libros y revistas que sus dueños, imagino que con gran dolor, debieron abandonar precipitadamente -en otra casa de otro lugar, hacía ya casi un siglo- para vivir hasta la muerte en el otro costado.

En aquella casa –pensaba- creció el niñodiós, y pintó sus primeros cuadros, escribió sus primeras poesías entre aquellas paredes, en aquellos patios, en ese pueblo. Y respiró aquella atmósfera de marismas y pinos. Imaginé cómo debió ser aquella casa y aquel pueblo, aquel ambiente primero del poeta. Imaginé a Juan Ramón recordando su otra casa, aquella donde nació, junto a la ría:

“¡Granados en cielo azul!

¡Calle de los marineros;

qué verdes están tus árboles,

qué alegre tienes el cielo!”

A la hora fijada, guiado y en grupo (aunque sólo éramos tres) visitamos la casa. Un salto en la imaginación era necesario, para situar aquel contenido en otro continente, en un piso del Madrid de los años veinte del siglo pasado. Nos detuvimos en cada habitación para ver, tocar, muebles, objetos diversos, vestidos… que debieron estar llenos de vida en aquella vivienda del poeta recién casado.

Como pasa a menudo, colocamos a los clásicos tan por las nubes, tan lejos de nosotros, que no alcanzamos a conocerlos de verdad y a disfrutar de ellos. Y esta visita me sirvió para recuperar a Juan Ramón, acercarme a él de nuevo y conocer más de sus obras. Y volví con ansias de bajar del pedestal al genio y volver a leerlo, a disfrutarlo de nuevo. Y me recreé de nuevo con Platero y volví a ensimismarme con Espacio y… llegué a sentir en algunos instantes el inmenso placer de compartir algunas de las sensaciones y vivencias que sólo sabe transmitir, en su madurez, un gran poeta.

domingo, 7 de agosto de 2011

Keynes

Cita interesante
"Muchos de los mayores males económicos de nuestro tiempo son la consecuencia del riesgo, la incertidumbre y la ignorancia. Ello es así porque los individuos particulares, afortunados en situación o capacidad, pueden aprovecharse de la incertidumbre y de la ignorancia, y también porque por la misma razón los grandes negocios son a menudo una lotería, existen grandes desigualdades de riqueza; y estos mismos factores son también la causa del desempleo del trabajo, o de la frustración de expectativas razonables de negocio, y del deterioro de la eficiencia y de la producción. Sin embargo, el remedio no está al alcance de la acción de los individuos; incluso puede que convenga a sus intereses agravar la enfermedad. Creo que el remedio para estas cosas ha de buscarse en parte en el control deliberado del dinero y del crédito por medio de una institución central, y en parte en la recogida y publicación en gran escala de datos relativos a la situación económica, incluyendo la publicidad completa, si es necesario por ley, de todos los hechos económicos que sea útil conocer. Estas medidas involucrarían a la sociedad en el ejercicio de la inteligencia directiva a través de algún órgano de acción apropiado sobre muchos de los enredos internos de los negocios privados, aunque dejarían en libertad la iniciativa y la empresa privadas. Aun suponiendo que estas medidas se mostraran insuficientes, proporcionarían un mejor conocimiento del que tenemos ahora para dar el siguiente paso."

martes, 5 de julio de 2011

La rivera

Don José era el alma de La Academia de mi pueblo, humilde colegio privado donde estudiamos el bachillerato los –pocos- niños y –aun menos- niñas que pudimos hacerlo, gracias al esfuerzo y dedicación de un reducido y excelso grupo de profesores del que formaba parte; a cambio de una reducida cuota mensual y de nuestra eterna gratitud, nos daban clase y nos aguantaban durante todos los días lectivos del curso escolar. Cada mes de junio debíamos ir, normalmente en coche alquilado, a Huelva para que nos examinaran, como libres, en su entonces único Instituto (todavía, cincuenta años después, siento cosquilleo en el estómago al pasar por su puerta).

Era don José (le tomo prestada la frase a mi admirado Pedro Salinas cuando se refiere en uno de sus ensayos a paisanos que podían encontrarse en los campos andaluces o castellanos de su tiempo) “persona cabal en su humanidad, digna en su conducta y tan atinada en su juicio como muchos hombres rebosados de instrucción”. Sin apenas estudios reglados, aprendió francés e inglés, según supimos por confidencias, en la cárcel, de la mano de compañeros de infortunio. Fue injustamente condenado después de la guerra civil y estuvo preso durante un largo periodo de tiempo. Luego, casi toda una vida de abnegación, trabajo honrado y silencio. Ya casi en plena democracia, supimos –y no por él- que había sido concejal republicano hasta el mismo día en que el golpe de estado de 1936 trajo la desgracia y el desastre. Le gustaba la naturaleza. Cultivaba su huerta, de la que volvía diariamente de hacer sus correspondientes faenas antes de las nueve de la mañana, hora en la que abría, con absoluta puntualidad, las puertas de La Academia.

Al espacio central de la nave en que se ubicó durante un tiempo el colegio le llamaba don José, con su especialísima ocurrencia para dar nombres, la rivera: ancho pasillo del salón, anteriormente dedicado a una modesta fábrica de zapatos. Y a la rivera nos mandaba castigados de rodillas (métodos "educativos" de la época) cada vez que infringíamos lo establecido; en muchas ocasiones debíamos cargar con un silenciador, de tamaño acorde con la falta, para ser traducido durante el cumplimiento de la pena. Los silenciadores -así llamados para mantenernos callados haciendo la tarea- eran recortes de periódicos, para la mayoría de nosotros franceses, que debíamos traducir al castellano.

-Fulanito, ¡a la rivera!. ¡Verás cómo se te quitan las ganas de hablar!

Era la potente voz de don José mandando a quien hubiese hablado en tiempo de silencio o hubiese hecho alguna travesura o no hubiese traído los deberes hechos, al pasillo del salón con su correspondiente silenciador.

Y a la rivera se iba uno, con más gloria que pena, a cumplir el castigo.







jueves, 19 de mayo de 2011

En la Puerta del Sol

Mi amigo Pedro me recomendó el otro día un nuevo museo en Madrid, que no conocía y le había gustado. Exponían, me dijo, unos interesantes dibujos de Kurosawa. Hoy me encontraba allí, con tiempo suficiente, y fui a verlos. El Museo ABC, rehabilitación de un edificio que fue una antigüa fábrica -al parecer, la primera- de cervezas Mahou, en la calle Amaniel. Me pareció muy acogedor y bien diseñado el edificio. Y los dibujos del gran director de cine japonés me gustaron mucho.
Como estaba cerca del Instituto, donde hace ¡la friolera! de cuarenta y cinco años cursé el preuniversitario, la nostalgia me empujó hacia el Cardenal Cisneros, que no ha cambiado de nombre ni de sitio, y al que no había vuelto a pisar desde este mismo mes en el que estamos, pero de aquel tiempo. Mi espíritu voló a aquel espacio entrañable de mi vida mientras subía las escaleras y torcía, sin dudarlo un instante, hacia la izquierda y luego a la derecha en el primer rellano, para deambular por el pasillo y asomarme a mis clases.
Luego, paseando por la Gran Vía y continuando por la calle Preciados, me acerqué a la Puerta del Sol, para ver qué pasaba. Posiblemente influido por encontrarme flotando en una nube de nostalgia que me transportaba a mi juventud, encontré muchas similitudes entre los muchachos, que pululaban por los tenderetes que allí habían plantado, y los ambientes que en los años sesenta yo había vivido. Las pancartas, los eslóganes, la vestimenta, las discusiones en corrillos sobre asuntos que hoy preocupan a mucha gente, la forma de escribir y dibujar los cartelones. Todo era distinto..., y, sin embargo, igual que entonces. Sonaba a auténtico. Disparatado, irreal, en cierta forma desquiciado, pero con un fondo de pureza y de verdad. Los jóvenes que allí había están expresando su descontento, su desacuerdo con la forma en que ocurren las cosas que a ellos más les afectan. Porque posiblemente, como nos dijo Tony Judt en su último libro, algo va mal.

viernes, 13 de mayo de 2011

La huerfanita y el sapo

“Érase una vez una huerfanita que hilaba sentada sobre el muro de la ciudad y, de pronto, vio salir un sapo de una hendidura. Rápidamente, extendió junto a ella su pañuelo de seda azul, que los sapos amaban con pasión y sólo a ellos se dirigen. En cuanto el sapo vio el pañuelo dio media vuelta, volvió con una pequeña corona de oro, la colocó sobre el pañuelo y se fue de nuevo. La niña tomó la corona, centelleaba, y la formaban los más delicados hilos de oro. Al poco rato, el sapo volvió y al no ver la corona se deslizó por el muro y golpeó contra él la cabecita lleno de dolor, hasta que sus fuerzas se agotaron y cayó muerto. Si la niña no hubiese tocado la corona, el sapo habría sacado más tesoros de la hendidura.”

La primera frase del cuento contiene toda la historia. Érase una vez una huerfanita que hilaba. La niña que protagoniza el cuento no es una niña cualquiera, es una huerfanita. Y está hilando sobre el muro de la ciudad. En su condición de huerfanita suscita nuestra compasión: está sola en el mundo, no tiene a quien la proteja. ¿Dónde vivirá?. Quizá en una casa donde se dé acogida a las huerfanitas. Quizá en casa de unos parientes o de una familia que le ha encontrado un hueco a cambio de que ella haga algunas labores, entre las que podría hallarse, porqué no, la de hilar. Pero es que además, la huerfanita, que está sola en el mundo por el mero hecho de ser huerfanita, está ahora, al inicio del cuento, aún más sola, sentada sobre el muro de la ciudad. ¿Qué es lo que hace allí, tan separada de todos?. ¿No tiene amigas?. ¿Le han prohibido jugar?.

Los hermanos Grimm, en una sola línea han situado ante nuestros ojos al personaje y ya sentimos curiosidad, incluso afecto. No somos indiferentes a la escena, incluso vemos los colores: el muro de la ciudad es de color tierra, el cielo sobre el que se recorta la silueta de la huerfanita es azul, naturalmente, aunque quizá vaguen por él grandes nubes blancas. La huerfanita del cuento está hilando sentada sobre el muro, lleva dentro de sí una historia de soledad, un drama. Así son los personajes de los cuentos. Simbolizan algo, se acercan a nosotros con un mensaje. No están ahí porque sí, sin más ni más. No pertenecen exactamente a la vida que llamamos real, pero transmiten vida. De manera que esta huerfanita de los hermanos Grimm, con ser huerfanita y, sin duda, desgraciada, como todas las huerfanitas de los cuentos, desvalida, menospreciada, es –imaginamos- una niña muy guapa y segura de sí misma. Y es precisamente por eso, porque como veremos se comporta con mucha seguridad, por lo que deducimos que es una niña muy guapa, porque en los cuentos los hermosos y los bellos son personajes seguros de sí mismos y los feos son inseguros.

Y estando ahí, sentada sobre el muro de la ciudad hila que te hila, ya que a fin de cuentas la huerfanita tiene que trabajar, no se ha subido al muro sólo para contemplar el campo que se extiende fuera de los límites de la ciudad, sino que se ha llevado consigo su tarea, ve, de pronto, un sapo. Irrumpe, pues, el sapo en el cuento de los hermanos Grimm y acapara toda nuestra atención. Sale de una hendidura del muro y repentinamente vemos esa hendidura. Y nos ponemos a imaginar cómo será la vida del sapo. Un sapo, según sabemos o imaginamos, es un animal de piel resbaladiza de color pardo y no de muy agradable apariencia, es, en fin, un animal feo. Habitante de un mundo medio subterráneo, oscuro, húmedo. No suscita miedo, pero sí provoca repulsión. Claro que estamos en un cuento y aquí rigen otras normas. Los sapos siguen siendo sapos, pero tienen cualidades, además, propias de los sapos de los cuentos.

En cuanto la huerfanita ve al sapo extiende junta a ella su pañuelo de seda azul. Los sapos aman con pasión los pañuelos de seda azul. Sólo a ellos se dirigen, nos dice el cuento. Ésta es una información muy valiosa. Sorprendente y valiosa. Una sombra de sospecha se cierne sobre las intenciones de la niña cuando la vemos extender su pañuelo sobre el muro. A lo mejor no es un gesto muy inocente. No es sólo que espere algo del sapo, sino que quiere algo de él. ¿Es el pañuelo azul una trampa?. Nuestra atención, que se había vuelto a centrar en la niña, ahora se dirige al sapo. En cuanto el sapo ve el pañuelo se da media vuelta, regresa a su hendidura y sale de ella con una pequeña corona de oro, la coloca sobre el pañuelo y se va. Este es, sin duda, el centro del relato: un acto algo misterioso, enigmático, que sólo puede entenderse enteramente desde la mentalidad de los sapos. Hay que hacer un esfuerzo y penetrar en la mente del sapo.

No parece que el sapo se haya percatado de la presencia de la niña. No es extraño. Los sapos no aman con pasión a las huerfanitas que hilan sentadas sobre el muro de la ciudad, aman los pañuelos de seda azul. Y los aman por algo y para algo, no es un amor gratuito, es un amor con finalidad. El pañuelo de seda azul es para los sapos un camino que lleva a alguna parte. El eslabón necesario para concluir la cadena, para alcanzar la meta. Deducimos que los sapos no pueden conseguir con facilidad pañuelos azules; eso no es algo que esté a su alcance. De modo que, en cuanto avistan uno, se dan media vuelta y se aprestan a concluir su tarea: dan rienda suelta a sus deseos, ciegos al mundo, a todo peligro. Sólo tienen ojos para el pañuelo, para sus metas. Si los sapos pudieran adquirir con normalidad pañuelos azules, esta historia no estaría sucediendo. La niña tiene algo que el sapo no tiene y que, al parecer, le es vital: el sapo necesita pañuelos azules y su necesidad de ellos es tal que, al verlos, todo lo demás desaparece, no se ve. Y ¿para qué los necesita? En seguida lo sabemos: para depositar en ellos su tesoro. El sapo ha sacado de la hendidura una pequeña corona de oro, la ha dejado sobre el pañuelo y se ha vuelto a marchar.

Deslumbrada, la niña toma en sus manos la corona centelleante, formada por delicados hilos de oro: un fino trabajo de orfebrería. Puede que este sapo, si no todos los sapos, sea un excelente orfebre. Otra vez miramos a la niña. Desde la primera línea del cuento nuestra atención ha ido de la niña al sapo, del sapo a la niña, como en un juego de ajedrez, de tenis, de pinpon. Si se tratase de una película la cámara enfocaría, exclusiva y sucesivamente, a uno y a otro personaje. No podemos mirar a los dos personajes a la vez. Los dos a la vez no tienen cabida en nuestro campo de visión. Tenemos que mirarlos por separado.

Quizás se trate de dos historias sumamente distintas, irreconciliables. Dos historias que no pueden convivir: o se acepta una o se acepta la otra. Pero no podemos quedarnos con las dos. En esta incompatibilidad reside el drama del cuento, el fatal desenlace que se presiente. La niña y el sapo parecen destinados a no comprenderse: son dos historias paralelas, cada una con su drama; pero ni la niña puede captar el drama del sapo, ni el sapo puede saber en qué consiste el drama de la niña. Sólo les une la necesidad que tiene el sapo del pañuelo azul y la fascinación de la niña por la corona de oro. La niña es poseedora del pañuelo. El sapo dueño del tesoro. Cada uno tiene algo que el otro desea. Pero este es un cuento silencioso: la niña y el sapo no se cruzan ni una sola palabra y tampoco parece que lleguen a mirarse a los ojos. Sabemos que la niña ve al sapo, pero ni siquiera nos consta que el sapo vea a la niña, cegado como está por el fulgor que irradia para él el pañuelo de seda azul. Y al no ver la corona sobre el pañuelo, se desliza por el muro y golpea contra él la cabecita lleno de dolor, hasta que sus fuerzas se agotan y cae muerto.

El destino del sapo nos estremece. Probablemente había dejado la corona sobre el pañuelo porque se le parecía el lugar apropiado para la corona. Allí era donde se podía disfrutar de su belleza, no en la hendidura del muro. Los rayos del sol hacen brillar el oro y el contraste con el azul aún lo hace más radiante. ¿Quién puede disfrutar de la maravillosa corona en la hendidura?. Ahora sabemos porqué les gustan a los sapos los pañuelos azules. Y damos en pensar que todos los sapos guardan tesoros en sus güaridas y que andan a la búsqueda de pañuelos donde depositarlos para que los tesoros resplandezcan. ¿Qué es un tesoro en la oscuridad?. El sapo tiene la necesidad de exponerlo, pero no es consciente de que fuera de la hendidura el peligro acecha. El tesoro, depositado sobre el pañuelo bajo los rayos del sol, deja de pertenecerle. La mano de la niña lo toma, lo acaricia, la satisfacción de la niña es el drama del sapo.

El cuento concluye con una moraleja: si la niña no hubiese tocado la corona, el sapo habría sacado más tesoros de la hendidura.

Y nos decimos que el sapo y la niña hubieran debido hablar, llegar a un acuerdo. ¿Es que las cosas tenían que haber acabado en tragedia?. ¿Hay un culpable en esta tragedia?. ¿Con quién están nuestras simpatías? ¿con el sapo o con la niña?. Los dos personajes nos ofrecen motivos de identificación. ¿Quién no se ha sentido desdichado aún sin existir una causa concreta para la desdicha?. ¿Quién no se ha sentido huérfano aún sin serlo?. ¿Es que no parece deseable estar sentado sobre el muro de la ciudad, lejos de todos, contemplando el campo, disfrutando del aire fresco?. ¿Y no se merece esta pobre huerfanita, con la que nos identificamos, un premio?. Si sabe que los sapos tienen tesoros escondidos y que al ver un pañuelo de seda azul los exponen ¿cómo no sacar el pañuelo?. Con el sapo también nos podemos identificar. No quiere otra cosa que el pañuelo de seda azul donde depositar su tesoro. Quiere verlo mejor, contemplarlo fuera de la hendidura, pero no se le ha pasado por la cabeza que, al ser expuesto, el tesoro pudiera desaparecer. Este tesoro es todo lo que tiene. Sin él no es nada. Quizá los sapos no puedan sobrevivir a la desaparición del tesoro.

El lector es como la huerfanita del cuento. Se mueve dentro de su propia historia. Al lector le conmueve o simplemente le interesa el cuento, pero no su autor, ni sus muchas o pocas capacidades. Las historias de la huerfanita y del sapo se mueven de forma paralela, como la del lector y la del escritor. El escritor, a diferencia del sapo del cuento, puede volver al punto original, cuando se inició el relato, puede volver a las palabras que lo fundaron, a ese “Érase una vez” tras el que nació una historia verdadera. Porque el escritor siempre tiene la esperanza de encontrar un lector que comprenda su texto enteramente, que lo haga suyo con la misma generosidad con que él se lo entrega. A eso es a lo que aspira el escritor, a establecer este íntimo y profundo contacto con un lector por encima de las convenciones que establece la época. Un lector que no busque pañuelos azules donde exponer sus tesoros. Ese lector que es como el escritor, un romántico; alguien que lucha contra los límites de la época que le ha tocado vivir.

(transcripción de la parte de la conferencia "El fuego sagrado de la fabulación", escuchada a Soledad Puértolas, donde se glosa un cuento de los hermanos Grimm con el objeto de indagar en la clave de la relación del escritor con el lector)

lunes, 11 de abril de 2011

cohombros

Vi la palabra escrita por primera vez en una cartulina de la churrería a la que suelo ir de La Alfalfa, cuna de la Sevilla romana. Me llamó la atención, porque no la había escuchado nunca. Churro (en mi experiencia, la más común), calentito (se decía en mi niñez), tejeringo (la escuchaba en Huelva) sí, pero... ¿cohombro? no me sonaba. Y, efectívamente, en la tercera acepción de la palabra dice nuestro diccionario de la Academia: churro.
Desde niño me han gustado los churros, especialmente si se parecen a los buñuelos que se hacían -y aún se siguen haciendo- en mi pueblo; por algo son de la misma madre. Y suelo ir a tomarlos de vez en cuando, no todos los días, que cargan el estómago, a distintos sitios del lugar donde me encuentre. Me gustan calientes y relativamente delgados, no fríos o gordos (las porras) como acostumbran a tomarlos mucha gente en Madrid. Más ricos para mí los "largos" de "rueda" que los de "papa" (ya algunos, en plan finoli, les llaman de "patata", cuando ese fruto ni lo huelen). Los he comido riquísimos en diferentes sitios, aunque a veces me he encontrado sorpresas desagradables. El punto de la masa (buena harina y bien amasada) y del aceite (buen aceite y a su justa temperatura) y el arte de freírlos no son fáciles de conseguir. Una breve y espontánea tertulia con los parroquianos mientras despachan, buen café con amigos alrededor de un velador y buen tiempo, son complementos que engrandecen el saboreo de los calentitos.
Y, en fin, la ración suficiente de cohombros. No es bueno, como con todo lo exquisito, hartarse.

jueves, 17 de febrero de 2011

Lectores y leedores

Cada día disfruto más con la lectura. Escucho con sosiego y atención a grandes artistas, de hoy y de otros tiempos, de mi tierra y de otros sitios, ¡me hablan! ¿no es extraordinario?. Voy siendo cada vez más lector y menos leedor, siguiendo a Pedro Salinas cuando establece las diferencias entre uno y otro.
De pequeño me enseñaron en el colegio a ser leedor. Reproduciendo torpemente palabras y malentonando frases que no entendía, transcurrieron los primeros años de un duro y lento, pero necesario, aprendizaje Con el tiempo, cuando empecé a ir comprendiendo y asimilando (digiriendo) lo que leía, me empezaron a gustar los tebeos -El Capitán Trueno, El Jabato, El Guerrero del Antifaz, Johnny Comando, Roberto Alcazar y Pedrín, TBO- primero y algunos, pocos, libros de aventuras -Salgari, Julio Verne- después. Comencé a convertirme de este modo, poco a poco, en un lector.
Ese gusto por la lectura fue creciendo en mí, ya fuera la de entretenimiento como la que debía hacer por obligación. De lo que comprendía y me gustaba, aunque a veces requiriera esfuerzo por mi parte, fui siendo lector. Del resto, de lo que tenía que leer, sin comprenderlo o por fuerza o por necesidad, fui siendo leedor. Y he empleado muchas horas de mi vida en esta última tarea.
Por suerte, ahora tengo tiempo y condiciones para ser más lector que leedor. Y sigo aprendiendo a leer, especialmente literatura. Y estoy descubriendo y gozando con obras de clásicos, a los que conocía por sus suscintas biografías, las listas de sus obras y la escuela a que pertenecían, pero a los que no había -por desgracia- leído. No tuve la suerte de leer literatura en las clases a las que debí asistir con ese nombre, guiado por profesores que fomentaran en mí el placer de la lectura. Los comentarios de texto que conocí en la segunda enseñanza sólo los sufrí al enfrentarme a ellos como malditos e incomprensibles enemigos en los temidos exámenes finales. Sin embargo, a pesar de todo y sin saber muy bien porqué, fue gustándome cada vez más la lectura.
Creo que hoy día se le presta una poquita más de atención que en mis tiempos de juventud, por parte de los poderes públicos, a la enseñanza de literatura, es decir, a enseñar a leer. Pero ni mucho menos la suficiente. Eso se desprende de los tan traídos y llevados informes PISA, en los que aparecen nuestros jóvenes retrasados en comprensión lectora, es decir, son más leedores que lectores. Y la lectura, como nos decía Lázaro Carreter, es necesaria en una sociedad plenamente libre y democrática.

viernes, 11 de febrero de 2011

Autopista sin límites de velocidad y mal señalizada

Hace unos días el Congreso de los Estados Unidos hizo público el informe final de la Comisión de Investigación que creó para determinar las causas de la crisis económica y financiera que padece aquella nación. El documento, de más de 600 páginas, resultado de 18 meses de trabajo de un amplio equipo de más de 80 expertos en distintos aspectos del complejo problema a examinar que han ayudado a los congresistas comisionados a establecer sus conclusiones, se ha convertido en un bestseller al publicarse, lo que demuestra el enorme interés del asunto en el ciudadano americano. Las conclusiones son de una claridad meridiana.
"La culpa, querido Bruto, no está en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos" le dice Casio a Bruto en el drama Julio Cesar de Shakespeare. Y eso mismo, cambiando lógicamente el momento histórico y las circunstancias, vienen a decirle los autores del informe al pueblo americano a propósito de los graves daños producidos por la crisis financiera. Porque, según el informe, pudo ser evitada. No provino ni de la madre naturaleza (como los volcanes) ni de computadoras fuera de control. Fue el resultado de la acción y de la inacción humana.
Los financieros y sus vigilantes (el gobierno, los reguladores y los supervisores) ignoraron las advertencias y no comprendieron ni administraron bien mecanismos esenciales para el funcionamiento correcto del sistema financiero, necesario a su vez para el bienestar del pueblo americano. Los grandes fallos en la regulación (que hace referencia a las normas) y en la supervisión (que comprueba y hace efectivo el cumplimiento de las mismas) financiera, resultaron devastadores para la estabilidad de los mercados financieros, concluyen.
Los grandes fallos en el gobierno corporativo y en la gestión del riesgo en muchas instituciones financieras de importancia sistémica fueron causa fundamental de esta crisis. La combinación de endeudamiento excesivo, inversiones arriesgadas y falta de transparencia puso al sistema financiero americano en el camino de la crisis. ¿Qué se puede esperar -dicen los autores- en una autopista donde no había límites de velocidad y estaba mal señalizada?.
La debilidad humana es relevante en esta crisis. Hubo errores, malos gestores, delincuentes que dieron lugar a fallos en el sistema que nuestra nación -dicen- ha pagado muy caro. Pero una crisis de esta magnitud no puede ser obra de unos cuantos malhechores. Tampoco vale extender las responsabilidades con un "todo el mundo tiene la culpa". Muchos no participaron en los excesos, ni dieron lugar al desastre.
El informe establece un escalonamiento en las responsabilidades, de mayor a menor grado. Y en el máximo escalón coloca a los dirigentes públicos encargados de la protección del sistema financiero, seguido de los responsables de los organismos reguladores, así como a los ejecutivos de las compañías -se nombran todas en el informe- cuyos fracasos acarrearon la crisis.
Sin embargo, cuando se estaba gestando la inevitable crisis nadie dijo: NO. Como nación, dicen los congresistas, debemos aceptar la responsabilidad de lo que se permite que se produzca.
Me hubiera gustado ver, en el Parlamento de mi nación, algo parecido a esto.

viernes, 28 de enero de 2011

Día Europeo de la Memoria del Holocausto

Debemos recordar lo que pasó para tomar conciencia de lo poco que somos y, sin embargo, de los grados tan terribles de brutalidad a los que podemos llegar...a los que, por desgracia, llegamos. No debería volver a suceder nunca más.
He visto, al recordar lo que sucedió en nuestra querida Europa cuando vine al mundo, es decir, hace poco más de sesenta años, la película Conspiracy (La Solución Final en español) que me ha impresionado profundamente.
Ya me percaté hace un tiempo, especialmente leyendo a Hanna Arendt, de lo que ella llamaba "la banalidad del mal": lo normal que es la maldad, su apariencia corriente, cómo se desarrolla en ambientes nada extraños a aquellos a los que estamos acostumbrados e intervienen personas como tú y como yo. El mal a gran escala no se hace por personas con cuernos y rabo, con caras de demonio, sino por gente de lo más corriente del mundo y en situaciones que nos creamos los humanos.
En la película se escenifica, para mi gusto magistralmente, la que se ha conocido como Conferencia de Wannsee, cerca de Berlin, en la que se acordó el 20 de enero de 1942 el exterminio de millones de seres humanos. Asusta ver con la naturalidad que se prepara la reunión, la eficiencia de su organizador, la perfección de los preparativos, lo a punto que está todo en la magnífica estancia -la sala de reunión, el comedor, las bebidas, el servicio- cuando comienzan a llegar, de distintos puntos de la Europa conquistada, los asistentes. Todos van llegando en sus respectivos coches oficiales, entran en la mansión, saludos, comentarios, mientras esperan la llegada de quien presidirá la reunión. Llega por fin el que más manda y ordena empezar.
Y causa horror con qué naturalidad se desarrolla el encuentro, con taquígrafo y todo. Cómo cada uno de los convocados muestra reticencias a que otros departamentos ministeriales invadan sus competencias. De qué manera se molesta el alto funcionario, buen profesional y por lo tanto defensor de la legalidad, para que lo que haya de hacerse se haga bajo el imperio de la ley y no de forma desordenada y chapucera. La forma en que el líder de la reunión amenaza, educadamente y con circunloquios por supuesto, a los reticentes; no le basta con que no se opongan a lo que ya trae decidido, sino que lo deben apoyar con entusiasmo. Cómo el representante de el partido en la mesa, aparentemente sólo atento al buen vino y a las exquisiteces que saborea, de vez en cuando pone las cosas ideológicamente en su sitio soltando una burrada sin el más mínimo complejo.

sábado, 22 de enero de 2011

Canudos

Hace un par de meses, en uno de mis paseos matinales, me acompañó -gracias al ipod- Vargas Llosa con una conferencia en la que explicaba cómo escribía sus novelas, qué métodos empleaba y, en fin, sus maneras de escritor. Me llamó entonces la atención especialmente su preocupación por documentarse adecuadamente sobre el asunto que escribía. No tanto, decía, por poseer conocimientos certeros de aquello que trataba, sino sobre todo por conseguir con ello llegar a vivir el ambiente en el que se desarrollaban sus historias. Solo así podía alcanzar la suficiente soltura para que sus personajes actuaran, pensaran, sintieran, tuvieran en definitiva una existencia auténtica en sus relatos.
Contó cómo se documentó para escribir, a lo largo de tres años, La guerra del fin del mundo, novela considerada por la crítica como una de las mejores de nuestro tiempo en lengua castellana. Yo había comenzado a leer esa novela hace una decena de años, pero -a veces me ocurre con los libros- no pasé de las primeras páginas entonces, y la dejé. Al escuchar en esta ocasión su relato, sin embargo, sentí deseos de leerla y me alegró sobremanera haberlo hecho, pues me ha parecido una buena novela.
Al término del siglo XIX, en la región de Bahía, del norte de Brasil, ocurrió lo que allí se conoce como Guerra de Canudos: se aplastó una rebelión de yagunzos (habitantes de la región) -seguidores de un fanático, Antonio El Consejero- contrarios a la República recién instaurada, por los ejércitos de toda la nación. Los pobres más pobres de la tierra, lucharon hasta morir en nombre del Buen Jesús, contra los que -teóricamente- defendían su causa. Y éstos, los republicanos, creyeron combatir a masas paupérrimas que defendían en su ignorancia a monárquicos reaccionarios e imperios extranjeros. Aquello fue, decía Vargas Llosa, la historia de un monstruoso malentendido con consecuencias dramáticas.
Fue determinante para Mario, lo que le motivó a escribir su novela, la lectura de un libro para él extraordinario: Os Sertoes, del magnífico escritor brasileño Euclides da Cunha; hasta el punto de que recomienda su lectura a quien quiera entender el mundo latinoamericano. Canudos, diario de una expedición, serie de crónicas periodísticas a pie de obra sobre aquella guerra, fue el antecedente del libro mencionado.

jueves, 13 de enero de 2011

Crónica de una cena

Alguna vez he comentado en esta hoja los trastornos que internet nos está causando, porque ha puesto patas arriba las formas de hacer las cosas al derribar muchas barreras. Ahora estamos asistiendo a un debate, cada día más intenso, en torno a un intento de nueva (¿?) regulación que afecta al derecho de propiedad intelectual, la llamada ley Sinde. Me ha llamado poderosamente la atención -por poner al descubierto la frivolidad en la forma de legislar asuntos de gran relevancia- la crónica de una cena, con la ministra que le da nombre a la ley, que hace un defensor, al parecer el único entre los invitados, del movimiento copyleft o de cultura libre.

Datos personales

Mi foto
Nací en Valverde del Camino (Huelva) en diciembre de 1948. A los 17 años me fuí a estudiar a Madrid, donde viví hasta los 30. Me trasladé a Huelva y luego, con un intermedio de algún tiempo en Granada, a Sevilla, donde vivo ahora. ¿Desconcertado? Por la desorientación y perplejidad que me producen situaciones que he conocido o vivido, por comprobar que casi siempre la realidad supera a la ficción."En los blogs se busca el relato en primera persona, que es en torno a lo que pivota el sistema informativo de Internet".Me gustó esta frase y la suscribo.