El otro día me quedé enganchado a un programa de televisión que me encontré por casualidad, cambiando de canales con el mando a distancia a ver qué había. Estaba dedicado a Manuel Molina, el de Lole y Manuel, a quien tuve la fortuna de conocer, como magnífico guitarrista, hace ya muchos años. Me cayó bien entonces, ocurrente y simpático en la conversación. Le arrancaba a la guitarra un sonido muy especial, apreciado -nos decía- incluso por Paco de Lucía.
Pues bien, en el programa decía cosas interesantes sobre el flamenco, contaba episodios de su infancia y juventud y sentenciaba sobre la vida y sobre el arte. Y en un momento determinado, refiriéndose al papel del dinero en la vida de un artista, decía que el dinero era necesario para vivir pero que no había que vivir para el dinero, que había que "dormir a gusto con la almohada", sin engañarse a uno mismo. Contó que su padre siempre le decía, al hablar de las fatigas de la vida, que la mejor salsa para las comidas era el hambre, porque con esa salsa -afirmaba- cualquier comida resultaba exquisita.
Y, mira por dónde, leyendo hoy Lazarillo de Tormes en una magnífica edición de la Real Academia Española con estudio y notas de Francisco Rico, en la parte dedicada a las aventuras de Lázaro con el escudero, en una nota a pié de página aclaratoria referida a semejante "salsa", se dice que "la mejor salsa es el hambre" se lee ya en Cicerón: "Socratem audio decentem cibi condimentum esse famen" (De finibus, II, XXVIII,90).
¡ Y yo creyéndome, hasta hoy, que frase tan estupenda venía de lo hondo, de las esencias del flamenco!
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