Era todo un acontecimiento para aquél niño.
-¡Mañana, iremos a Sevilla!.
Suficiente para no dormir del tirón aquella noche. Cada poco, despierto por la ilusión del viaje (hubo una vez en que se levantó y vistió a toda velocidad hasta cuatro veces en la noche, por una broma que le gastaron sus hermanos).
Aquellas mañanas de relente estimulante, bien temprano, antes de amanecer, bajaba La Calleja caminando de la mano de su abuela hasta la salida del coche de Manolillo, quien amable y cariñoso lo colocaba en uno de los pequeños asientos plegables que el ¿Studebaker? tenía en la zona intermedia.
Con las primeras claridades de la aurora, cuando ya la abuela estaba terminando sus ruegos y oraciones santigüandose, el coche, con su decena de viajeros y toda clase de bultos sujetos con red a la baca, atravesaba el Puente Nuevo camino de toda una jornada de disfrute.
1 comentario:
Este relato (cuento) tiene buenísima pinta, pero espero que sigas ampliándolo. Esperándolo me quedo...
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