¡Cómo pasa el tiempo! Hace pocos días se cumplieron nada menos que cuarenta y seis años de tu inesperada y prematura muerte, cuando aún vivíamos en aquel tiempo de silencio. Te he recordado en estos días y te he leído. He recordado al leerte desagradables ambientes y experiencias que sufrieron, también, todavía, los más jóvenes que tú:
"Tras del pasillo, por un momento, se atravesaba un patio lleno de automóviles y de inmóviles chóferes con cazadoras de cuero que miraban sin ver. Tras el que una nueva boca, ya más próxima a las fauces definitivas, engullía con poderoso sorbo las almas trémulas de los descendentes (...) Allí efectivamente se procede al desguace de cada pieza individual recién cobrada, privándole de su carga de metales preciosos, plumas estilográficas, corbatas, tirantes, cinturones, gafas y cualesquiera otros objetos aptos para el suicidio, con lo que los desprovistos individuos de casta intelectual quedaban especialmente disminuidos, sujetándose los pantalones con las manos, sintiendo frío en la parte del cuello (...) La celda es más bien pequeña (...) Dos metros cincuenta de altura hasta la parte más alta de la semicúpula; un metro diez desde la puerta hasta la pared opuesta; un metro sesenta en sentido perpendicular al vector anteriormente medido. Dadas estas dimensiones, un hombre de envergadura normal sólo puede estirar a la vez los dos brazos -sin tropezar con materia opaca- en el sentido de las diagonales. (...) La luz es eterna. No se apaga ni de día ni de noche. (...)
-¿Por quién pregunta?
-No. No se puede.
-¿Usted qué es de él?
-No. No puedo decirla nada.
-¿Usted qué es de él?
(...)
-Todos están incomunicados las setenta y dos horas.
-Sí, las setenta y dos horas."
Pocos años después de tu desaparición pude escuchar, en la facultad donde estudié, a tu colega Carlos Castilla del Pino, fascinante orador con entrañable acento andaluz.
El Madrid que nos tocó vivir era ya algo más alegre, más abierto y amplio que el tuyo.
Y empezamos poco después a vivir una etapa fascinante a la que hoy se le llama -entonces no lo sabíamos- transición. Hay quien dice, haciendo juegos con la historia, que si aquel maldito adelantamiento lo hubieras sorteado sin choque, Felipe -ya jubilado- hubiera sido Luís. ¿Quién lo sabe? Aquel gran depósito de energía y juventud en ebullición logró que muchas cosas cambiaran a mejor. Otras, el submundo de las chabolas, la atención a la ciencia, el poder de las sotanas, los toros, algún que otro filósofo predicador, siguen ... más o menos, por aquello que tan bien analizaste del factor humano y de la fuerza de los tópicos.
Tu novela, tu gran novela, tu universal novela, se convirtió en un clásico.
(en memoria de Luis Martín-Santos)