Cada cierto tiempo, por distintas causas y en diferentes situaciones, emerge ese submarino que creíamos desaparecido repleto de todos los topicazos y lugares comunes sobre el andaluz. Ya nos dijo Ortega en su Teoría de Andalucía que "el andaluz, a diferencia del castellano y del vasco, se complace en darse como espectáculo a los extraños" y que "Al revés que en Castilla, en Andalucía se ha despreciado siempre al guerrero y se ha estimado sobre todo al villano, al manant, al señor del cortijo."
Al parecer, este estigma cultural forma ya parte de nuestros genes y ya se sabe que los cambios en el proceso evolutivo son lentos y se miden con el reloj de los siglos. Está tan arraigado que, por desgracia, no sólo se dá en uno de los signos políticos ni en un determinado estrato social y económico, sino que muchas veces lo encontramos en nosotros mismos.
Y es que nadamos en las aguas túrbias de una cultura -yo la llamo "cortijera"- en la que el señorito decide su estrategia escogiendo algunas de las innovaciones que le han contado, hablando fino, los invitados de esta temporada en el almuerzo de su cacería. Lógicamente, para mandar en la ejecución de las faenas están los capataces leales y autoritarios; y para hacer sin rechistar, los peones.
Somos un espectáculo y, además, disfrutamos con ello. Y al andaluz que no crea en esta verdad y no se atenga a su papel, ni caso.