De niño, cuando empezaba a apretar el calor, en el patio de casa se ponía al sol un baño de cinc lleno de agua para que se calentara. El agua se sacaba, ladeando al caer el cubo para mejor llenarlo, del pozo que había en el mismo patio; el agua corriente habitaba aun en el mundo de las ilusiones. Una vez caliente o, mejor, templada, nos servía aquel agua para lavarnos.
Hoy, cuando uno ni se acuerda de haber vivido sin agua corriente y sin televisión, por otros procedimientos mucho más sofisticados, seguimos calentando en casa el agua al sol.